Las dos veces que he tenido la oportunidad de ir a la ciudad de Londres (2010 y 2013) me he sentido bien. Aunque parezca extraño. He sentido como si todos, absolutamente todos los problemas que tenía desaparecieran en cuanto pisaba tierra inglesa. Sentía como si parte de mí, perteneciera a ese territorio, a esa ciudad.
No sé si serían sus calles, la gente, el clima, el idioma, las casas, los museos, los coches, las tiendas, las macetas de flores colgadas en las farolas... no lo sé, pero lo cierto, es que me sentía bien.
Cuando estaba allí, tenía ganas de vivir la vida al máximo, de olvidarme de todos los problemas que me envolvían. Porque allí, los problemas no existían. Es como si una nube de polvo que me impidiera respirar volara o desapareciera en mí cuando estaba allí.
Caminando por esas calles, observaba todo con curiosidad, con cariño, e incluso con nostalgia de cosas, que nunca había visto.
Las sonrisas que me brindaban las personas que por allí pasaban me hacían un poco más feliz.
Comerme un donut en una cafetería al lado de Picadilly Circus mientras miraba por los cristales de ella hacia fuera, viendo a la gente pasar, tomarse fotos, sonreír...
Entrar en una librería donde todo olía a viejo y dos viejos conversaban entre ellos.
Preguntar las direcciones para poder llegar a mi destino.
Intentar entender todo el inglés que ponía en los carteles, en el periódico, lo que decía la gente.
Mirar hacia la derecha en vez de hacia la izquierda cuando quería pasar una carretera por el paso de peatones.
Montarme en el metro por la mañana en esos asientos recubiertos de una funda, sentarme y ver a las personas de mi alrededor sentadas leyendo un libro o el periódico.
Entrar en las tiendas e inspeccionar todo lo que había, en busca de algo que hiciera que cuando volviera, recordara Londres.
Caminar por Hyde Park, viendo las ardillas correr a tu alrededor, a un señor de etiqueta con maletín caminando por en medio de plantas altas, pedirse un helado al lado del lago y ver a la gente pasar, observar los árboles mover sus ramas silenciosamente, de donde cuelgan cerezas.
Ir a Coven Garden y acordarte de la película de ''My first lady' donde trabajaba Audrey Hepburn, ver la cantidad de artistas que hay mostrando su talento, y a mucha gente rodeando a estos, admirándolos.
Y por todas estas razones y más, me encanta Londres, y me gustaría volver a esta ciudad, puesto que cuando no estoy allí, noto que me falta algo.